A lo largo de mi vida he vivido numerosos cambios en la ciudadanía de España. Nací con las cabinas de teléfono, tuve una adolescencia en la que empezaba a sonar la palabra “móvil” y vivo ahora sumido en la era digital y el 5G.
También he vivido, en el terreno político, numerosas situaciones diferentes. Mayorías absolutas de socialistas y populares, acuerdos de gobiernos y fatídicos gobiernos de coalición, como fue la última legislatura y parece que va a ser esta en la que estamos inmersos.
Y cambiar no está mal. Considero que es algo natural y que la ciudadanía tiene que sufrir. Pero también pienso que tenemos que garantizar unas normas, y regirnos en base a unas leyes. En nuestro caso, nuestra Constitución.
Porque yo tuve la fortuna de crecer en democracia, pero mis padres y sobre todo mis abuelos no. Y siempre digo con orgullo que provengo de los pueblos de Ye y Maciot, distantes en kilómetros pero cercanos en sentimiento. Y mis abuelos siempre me contaban lo duro que fue vivir en una dictadura y lo afortunado que soy por vivir en democracia.
Y pensaba que eran “boberías” de abuelos, pero a medida que he ido creciendo, he aprendido que no eran sandeces. Porque nuestra democracia es algo que tenemos que cuidar, y que la tenemos gracias a que unos valientes demócratas, de ideas políticas antagónicas , aparcaron sus diferencias por un bien común: la unidad y el progreso de España.
Y de ahí nació nuestra Constitución, esa carta magna que propugna como valores superiores de su ordenamiento jurídico la libertad, la justicia, la igualdad y el pluralismo político; como así dice en su artículo primero. Y esta frase, que los estudiantes de derecho nos aprendíamos como si fuese el padre nuestro, ha marcado, marca y siempre marcará nuestra identidad española.
Un documento que conviene recordar que fue realizado por aquellos “padres” electos en las elecciones democráticas de 1977, y que fueron elegidos por la Comisión de asuntos Constitucionales y libertades públicas de aquella época, quienes nombraron a 7 personalidades a las que les debemos mucho: Gabriel Cisneros Laborda, Miguel Herrero Rodríguez de Miñón, José Pedro Pérez-Llorca, Gregorio Peces-Barba, Jordi Solé, Manuel Fraga y Miquel Roca
Y esa Constitución, que hoy celebramos el aniversario del día que se sometió a referéndum, es el escrito por el que debemos regirnos. Un documento que busca el consenso y la igualdad de todos, y del que no deberíamos de prescindir y malinterpretar.
Por eso, más que nunca, yo soy de la Constitución. Porque es lo que nos identifica y lo que garantiza nuestras libertades. Porque debemos de recordar para qué se hizo la transición a la democracia, y el porqué de nuestra carta magna.
Una búsqueda del consenso y del respeto hacia la democracia que parece estar en riesgo. Por eso escucho y leo a aquellas personalidades como Felipe González y Alfonso Guerra, socialistas con los que yo discrepo en numerosos aspectos, cómo están preocupados por el devenir del país. Ven como parece que la Constitución ha pasado a un segundo plano, y ven como peligra hasta la separación de poderes.
Estamos a tiempo, estoy seguro. A tiempo de recordar lo que somos, lo que nos costó serlo, y tener claro hacia dónde queremos ir. El diálogo, el consenso y la mirada hacia el futuro pasa, más que nunca, por el respeto a la Constitución.
Celebremos este 6 de diciembre. Porque somos un gran país con una Constitución envidiable. Viva la democracia, y viva España.