JUAN MANUEL DE PRADA. Si, con mayúsculas, pues es, indiscutiblemente, uno de los grandes de la literatura española de los últimos lustros.
De la mano de la iniciativa de los Centros Turísticos con “Letras de rofe y sal”, el fértil autor, nacido en Baracaldo pero criado en Zamora, explicaba, ante un salón repleto y atentísimo de la Sociedad Democracia en Arrecife, numerosas cuestiones en torno a su vida y su buen quehacer en el mundo de la tinta sobre el papel.
Desgranaba desde su fecha de caducidad como habitante de la incansable e ingobernable Madrid hasta su corazón roto por Paco Umbral. Su respeto a grandes figuras como Cela y meritorios desconocidos de las letras de otras épocas. Su pleitesía, más que entendible, a los grandes clásicos, griegos, romanos y otros grandes nombres de la filosofía. Su verdad y su sentido común, bienes escasos en estos días que respiramos. Sus consejos para dedicarse a la literatura hoy día, entre ellos tener una buena fuente de ingresos asegurada antes de apostarlo todo a la pluma. Su visión de la sociedad que habitamos, tan en descomposición como repleta de esperanza, sobre todo porque más del cincuenta de la población no vota en las urnas. Hablaba de su vasto y basto bagaje radicado en kilómetros y kilómetros de folios y libretas escritos a mano con bolígrafos sempiternos. De la falta de bonhomía y vergüenza de un tal Picasso, sobrevalorado a su noble entender y del futuro de una profesión, la de, en su caso, de escribiente con cierto don, que siempre existirá mientras existan los humanos. De su tecnofobia amparada en un móvil casi de otro siglo o en la negativa a conducir. De su cariño por Lanzarote, visitada en más de una ocasión. En definitiva, un hombre alejado de las ideologías y, quizás por ello, sabio y armado con la mayor de las espadas, la coherencia y su sentido, mucho más que común.
DE PRADA ha puesto el broche de oro al Festival de Literatura de Lanzarote. Atendía a unos cuantos lectores deseosos de tener su estampa en uno de sus libros y un cruce de manos con un genio del arte de espulgar el alma humana, un notario de nuestros días, prosista consumado que, a buen seguro, seguirá honrando el uso de la tinta sobre el papel pues aún tiene muchas maravillas impresas con las que deleitarnos.